Los tropiezos de la vida me han enseñado perfectamente qué
quiero y qué no. Es muy simple.
Si un día me hallas y comenzamos un viaje juntos no me
prometas un PARA SIEMPRE, tampoco una relación perfecta como hacen algunos
ingenuos, no quiero que me bajes la luna, con que me cuentes los lunares
será suficiente, no me vendas simulacros, no me pidas que explote mis
dotes culinarias para ti porque eso es fallo al seguro, no quiero lenguaje
histérico ni enlodarnos con la monotonía, tampoco dejar de fluir en
nuestros espacios ni dejar de respetar la individualidad, no quiero olvidarme
de mis amigos ni de mis motivaciones.
No quiero silencios incómodos que
dicen más que mil palabras.
Sabiendo lo que no quiero y dejando que pases mis murallas lo
que espero de ti es QUE PROMETAS, QUE AMANECER A TU LADO, SERA LO MEJOR DEL DÍA, que el amor será compartido: tuyo y mío; que nuestro
viaje valdrá las risas, que crearemos un imperio de “TE QUIEROS”, de
caricias y cosquillas, promete que tus manos olvidarán mi cuerpo cada día y al
recorrerlo experimentarás nuevas sensaciones como si fuera la primera vez,
mírame como si fuera poesía, promete que el niño que nos habita saldrá a
jugar muy seguido, que seremos irreverentes, que me curaré muy pronto de ti si
es que acaso un día debemos cerrar el ciclo, promete estar atento a los
ruidos de mi alma, a los días grises y sacar un paraguas de colores en su
caso.
Yo por mi parte corresponderé a tus promesas, pero si al
final éstas se las lleva el viento, entonces mirémonos a los ojos y
volemos.
Autor: Ariadna Rodriguez
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